Allí donde el agua no corre, donde el tiempo parece haberse rendido al silencio, una gasa descansa en la orilla del mundo. No caza. No vuela. No alerta.
Solo está.
En esa quietud no hay debilidad, hay un saber profundo: que no todo se alcanza con el movimiento, y que la calma también es una forma de avanzar.
La gasa, mensajera entre el agua y el aire, es símbolo de lo que permanece atento sin necesidad de ruido. Representa el alma que ya no necesita correr, porque ha encontrado un espacio interno donde el simple hecho de estar… ya es medicina.
Este cuadro es un susurro para los momentos en que no sabemos qué hacer, pero sentimos que algo en nosotros pide reposo, una tregua. No para huir, sino para regresar.
El estanque no refleja el caos del mundo. Refleja tu interior cuando te das permiso para detenerte, para respirar, para volver a mirar desde la suavidad.
La gasa te muestra que el descanso no es olvido. Es un pacto con tu esencia. Un gesto de fidelidad a lo más profundo de ti.
El momento exacto en que el alma dice:
“Aquí puedo apoyarme. Aquí puedo volver a ser.”
Hay un lago que no solo refleja el cielo. Refleja tu interior.
En sus aguas quietas, los troncos emergen, como cicatrices que no han sido olvidadas. Duras, toscas, pesadas.
Parecen obstáculos externos, pero su verdad está abajo, en lo que no se ve con los ojos: en la raíz que el alma aún no ha querido tocar.
Cada tronco es una forma en que el cuerpo grita lo que la mente ha escondido. Una dificultad que aparece fuera,
pero que tiene su origen en lo que no fue expresado,
sentido, liberado.
Miras el tronco, y parece sólido. Pero cuando miras su reflejo,
comprendes: el problema no nació en la materia. Nació en la emoción. En la creencia. En el miedo.
Este cuadro no te dice que ignores el dolor físico. Te recuerda que toda manifestación tiene un eco más profundo. Que el cuerpo es mensajero, no enemigo. Que antes de intentar cortar el tronco, debes mirar su sombra. Su reflejo.
Y cuando lo haces —de verdad, sin juicio—,el tronco empieza a disolverse. Como si una verdad más amorosa lo hiciera innecesario. Entonces desaparece. No porque lo hayas combatido, sino porque lo has comprendido.
Este lago es una invitación a mirar lo que duele sin huir,
a honrar la emoción oculta detrás del síntoma, a confiar en que la sanación comienza cuando dejas de buscar fuera,
y empiezas a liberar lo que te habita.
¿Qué parte de ti estás dispuesto a mirar con honestidad?
¿Qué reflejo llevas años evitando ver… y quizás ya está listo para desaparecer?
Caballos libres corren sobre el agua como si no existiera la gravedad. No buscan llegar a ninguna parte, porque ya están donde su alma arde. Son movimiento puro, instinto sin culpa, libertad que no se explica… pero se siente. Nacieron del mar y del fuego, de una raíz que nunca dejó de buscar la luz, incluso cuando la cubría la tierra. Nunca se rindieron. Aunque les pusieran riendas, aunque intentaran domar su energía salvaje con el miedo, ellos recordaron el camino hacia el sí.
Y tú también. Tú también vienes de esa raíz que no olvida la dirección de la luz. Tú también fuiste cabalgada por la vida, pero hay un caballo dentro de ti que no ha sido domesticado, que todavía sabe girar con el viento y encontrar su norte sin brújula, solo con el cuerpo y el alma despiertos.
Este cuadro es un llamado a recordar la fuerza que aún late en lo indomable. A honrar la fidelidad a lo que eres, incluso si nunca fue comprendido. No se trata de ser salvaje hacia afuera, sino de no traicionarte por dentro. De no apagar tu fuego por ser aceptada. De correr otra vez con la vida sin pedir permiso. ¿Qué parte de ti sueña con volver a galopar en libertad?
Hay flores que no nacen en primavera ni bajo cielos azules. Despiertan en el silencio del barro, cuando nadie las ve, cuando el mundo no espera nada de ellas. El nenúfar no necesita terreno fértil ni condiciones perfectas: solo escucha el llamado suave de la vida y asciende. Con cada milímetro, recuerda que la luz existe, aunque aún no la haya visto. Se abre no porque todo esté bien, sino porque algo dentro de sí insiste en florecer. Tú también llevas dentro una flor que no se ha rendido. Aunque hayas sentido peso, cansancio o sombra, sigues aquí.
Este cuadro es un susurro a tu alma antigua: puedes renacer las veces que necesites, no desde el olvido de tu historia, sino desde quien ha vivido y aún así elige abrir el corazón. La belleza del nenúfar no está solo en su forma, sino en su recorrido invisible, desde lo más profundo hacia lo más sagrado. ¿Qué parte de ti está lista para abrirse otra vez, sin prisa ni perfección, solo con la ternura de saber que la vida aún te espera?
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